lunes, 14 de abril de 2014

Algún infierno

Mis ojos escucharon el crepitar del silencio. Las llamas me devoraban. En un infierno de aparente soledad me cocinaba en un fuego lento pero implacable. Demonios se reían a lo lejos, demonios invisibles, de carcajadas ensordecedoras. De endemoniadas burlas era victima.
Un gigantesco espacio en negro, sin la posibilidad de divisar lo lejano, lo cercano, sin la posibilidad de percibir las distancias.
Imágenes a toda velocidad pasaban por mi mente: Restos de arcángeles llenos de sangre, rostros de amigos agusanados, animales desnutridos con ojos exageradamente grandes, pájaros negros con cara de murciélago.
Ruidos de agonías, quejidos de seres moribundos, lluvia de alguna extraña mucosidad semilíquida de indescriptible pegajosidad.
Tener la sensación de mover los brazos y de ordenar a las piernas la huida a toda velocidad pero darse cuenta luego de que no hay brazos, de que no hay piernas. Darse cuenta de que solo sos una cabeza.
Los ojos terriblemente asustados, los ojos queriendo ver algo y no pudiendo ver nada más que solo negro espacio. Oscuridad que aturde, oscuridad que desata la locura y suelta mis fantasmas. Y son ellos los que comienzan a comerme.
Sensación de querer despertar ya que la escena se me hace tan extraña que no puede ser otra cosa que un sueño horrible, una pesadilla compleja de razones sombrías.
Desperté, me levanté – o al menos eso parecía - y busqué con mis brazos el interruptor de la luz. No encontré la pared, no encontré nada. Y de pronto esa misma sensación de sentir los brazos pero darme cuenta de que siguen no estando y tampoco no están mis piernas y darme cuenta de que sigo siendo una cabeza.

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