viernes, 11 de diciembre de 2015

Crecer

Uno empieza a morirse cuando se da cuenta de ello, en el mientras tanto de la comodidad infantil de la ignorancia se está más vivo que nunca. El niño es eterno porque desconoce la lúgubre empresa que llevan a cabo los relojes.
La tragedia humana de la finitud comienza cuando te cuentan que algún día decimos adiós. El niño no lo entiende mucho al principio y sigue jugando con hermosa indiferencia. La escuela y el cotidiano andar en la sociedad pronto se encargaran de dejárselo bien claro.
Y entonces, no solo te haces consciente de tu paso fugaz por el mundo, sino que, además terminas atado al tiempo, a la rutina, a la normalización. De niño a adulto autómata, en el medio un intervalo confuso y frenético llamado adolescencia.
Pero crecer no implica que se te ponga vieja el alma. El tiempo por más que te coma el cuerpo, no puede comerte la esencia. De alguna manera todos somos inmortales y nuestra inmortalidad es más grande cuando dejamos testimonio de ella, por ejemplo, escribiendo. Pero también haciendo música, cantando, pintando. ¿El arte es una forma de eternidad? No me animo a afirmarlo por eso lo pongo de forma interrogativa.
Creo que al final todo esto es para decir que cuando escribo me siento más vivo que nunca y que la muerte es algo anecdótico. Quizá todo esto es, simplemente, un texto para darme valor.

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