Para tenerlos encerrados, mejor que los sueños se te escapen, que sean libres y que encuentren a un soñador que sepa explotarlos mejor. A esa conclusión llegó Patricio, o eso es lo que le pasaba por la mente, pero no en forma de palabras. Fue algo no pensado, algo que cruzó su mente pero no a la manera de una idea, no como una asociación de palabras ni frases ni coherencia verbal alguna. Fue como una energía reveladora, una epifanía concluyente o simplemente un caer en la cuenta de algo importante y determinante.
La cuestión fue así:
Patricio quería escribir un libro, pero no cualquier libro. Quería escribir un libro grande, literalmente grande. En ese libro debía caber el universo. El número de páginas debía ser el número de habitantes del planeta en el momento de comenzar la primer página.
Para tan ambiciosa empresa no alcanzaría una vida. Por lo tanto el proyecto requeriría de varios escritores a la vez y que se siguiese escribiendo generación tras generación.
Patricio comenzó la primera línea del libro de la siguiente manera:
Érase una vez un mundo que contenía todo el mundo, erase una vez el infinito.
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