Amo los por qué que nadie responde, amo el silencio como respuesta porque me apasionan los misterios.
Amo la sonrisa de un niño, amo la efímera felicidad de la infancia y de los instantes que siempre recordaras. Amo la felicidad sin la maldita noción del tiempo.
Amo las canciones que te erizan los pelitos del brazo, amo la piel de gallina y ese escalofrío tan bonito en lo profundo del corazón.
Odio las guerras, odio las armas, odio que los niños reciban los cañonazos de la peor humanidad.
Odio que los hombres no se apasionen, que no se jueguen por lo que quieren, por eso a veces yo también me odio.
Odio los lugares comunes, la gente demasiado normal, odio las rutinas y levantarme temprano cuando todavía tengo sueño.
Odio los días en los que no tengo tiempo ni para leer un puto y lindo poema, odio que la musicalidad sea tan esquiva, que las letras que forman mis palabras no terminen diciendo nada.
Canto porque tengo necesidad de sentir mi alma en estado de éxtasis y hay canciones que son medios hermosos para tal fin.
Canto, de manera horrible pero con muchas ganas, canciones frenéticas, redondas y con sabor a ricota, en la mañana, en la tarde y si es posible despacito por la noche.
Canto porque esa bola enorme de azares que es la vida está gobernada por el silencio. Silencios de rutinas, de palabras repetidas, de griterío callado.
Amo, odio y canto porque de lo demás se encarga la rutina, porque lo otro, lo feo, sucede porque si.
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