Los seres humanos estamos armados. Tenemos un arsenal de emociones que utilizamos diariamente para nuestras guerras internas. Reír y llorar, escudos y cañones.
Detrás de nuestra aparente pasividad hay un animal activo. Un carnívoro depredador de los demás. Permanece oculto, agazapado. Y en cualquier momento salta al cuello de alguien.
Esa violencia burda que a veces se manifiesta en las redes sociales como Twitter y Facebook, la violencia del ciudadano común, pone al descubierto el descontento por llevar una vida mediocre, sin aventuras, sin amor , rutinaria. Esa exaltación del ego y esa constante agresión a través de indirectas o directas, esa artillería usada desmesuradamente contra algún otro que ni siquiera conozco pero que quiero aniquilar.
Los seres que hace millones de años bajaron de un árbol, aquellos que dejaron hace mucho de comer frutas hoy mas que nunca se dedican a cazar. Pero la presa capturada no es solo su alimento, es también un trofeo para mostrar, para jactarse de haber triunfado. Pero ¿a quien le gana el que anula al otro? La respuesta que se me ocurre es que no solo no le gana a nadie sino que pierde contra si mismo. La derrota es no poder aceptar una diferencia y establecer a partir de ella algún vínculo que permita la sociabilidad, en el mejor sentido de la palabra. Llegar al otro se torna difícil si todo el tiempo estamos tratando de imponer nuestro YO.
YO, YO y solo YO y el otro es alguien al que debo comerme, para alimentar mi ego, para saciar la sed de matar, para volver allí a las planicies de África, no siendo un león pero si alguien con una impresionante capacidad de matar.
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