Hay una tubería que lleva los miedos del inconsciente al corazón, una maquinaria perfecta que relaciona recuerdo y nostalgia, una fábrica procesando materia prima sentimental.
Hay en mi cerebro un millón de monitos saltando, sus simiescas naturalezas han irrumpido en la construcción intelectual, ya no soportan más los 4 millones de años de evolución, quieren comer, coger y volver a los árboles.
Hay en mi cara, de idiota universal, dos grandes ojos de perezoso existencial, una nariz fanatizada por el perfume del ayer, una lengua vomitando blablablas y orejas que no aprendieron a escuchar.
Leer es la única manera de volar sin tener alas. Escribir es construir tus propias alas, pluma por pluma. Escribir es destruir el paraíso y construir un infierno a la medida de tus demonios. Las palabras, los silencios, los odios, los miedos, los amores, todo me habla, todo me llama. De eso se trata esto.
martes, 12 de julio de 2016
viernes, 1 de julio de 2016
¿Quién nos manda a estar pegados al suelo?
A mi cerebro soñador le hace ruido la palabra realidad.
Tengo un corazón haciendo preguntas que nadie contesta.
Mi pesadilla favorita es la de un mundo donde caben todos los mundos menos el mío.
Y me gusta pensar que estar al margen de todo tiene cierta ventaja.
Tengo sueños y consuelos tontos, tengo ilusiones bobas, tengo un niño incrustado en mi mente.
No puedo dejar de jugar a comerme el mundo.
Quiero desatar el nudo que me aprieta el alma.
Liberar mis fantasmas, asustar mis miedos.
Por eso recurro al lenguaje, recipiente de lo claro y de lo oscuro, de lo que puede decirse lisa y llanamente y de lo que sólo puede aludirse.
Y así, de pronto, de la nada, una estruendosa y rítmica melodía de libertad plañidera.
Y el texto y los paisajes se vuelven surreal:
Hay flores, arcoíris, barquitos de metal navegando en el aire.
Hombres dando saltos inhumanos, mujeres proyectando luz gracias a la fosforescencia de sus cuerpos.
La abrumadora complejidad de lo real no me deja pensar en las cosas simples. Debo necesariamente recurrir a los dragones azules y a la lluvia de amapolas.
¿Quién nos manda a estar pegados al suelo cuando existe la posibilidad de levitar?
Tengo un corazón haciendo preguntas que nadie contesta.
Mi pesadilla favorita es la de un mundo donde caben todos los mundos menos el mío.
Y me gusta pensar que estar al margen de todo tiene cierta ventaja.
Tengo sueños y consuelos tontos, tengo ilusiones bobas, tengo un niño incrustado en mi mente.
No puedo dejar de jugar a comerme el mundo.
Quiero desatar el nudo que me aprieta el alma.
Liberar mis fantasmas, asustar mis miedos.
Por eso recurro al lenguaje, recipiente de lo claro y de lo oscuro, de lo que puede decirse lisa y llanamente y de lo que sólo puede aludirse.
Y así, de pronto, de la nada, una estruendosa y rítmica melodía de libertad plañidera.
Y el texto y los paisajes se vuelven surreal:
Hay flores, arcoíris, barquitos de metal navegando en el aire.
Hombres dando saltos inhumanos, mujeres proyectando luz gracias a la fosforescencia de sus cuerpos.
La abrumadora complejidad de lo real no me deja pensar en las cosas simples. Debo necesariamente recurrir a los dragones azules y a la lluvia de amapolas.
¿Quién nos manda a estar pegados al suelo cuando existe la posibilidad de levitar?
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