En algún texto anterior escribí algo así como que habría que leer un poema en horario de trabajo para hacer tambalear la estructura del mundo. Bueno, no sé si con eso se empieza una revolución pero por lo menos se transgrede la cotidianidad.
Imagínense a un tipo atrapado en la rutina laboral, en alguna oficina de las millones que hay en el mundo. El hombre está dedicado enteramente a resolver cuestiones en muchos casos rutinarias. Hablar por teléfono con algún cliente o proveedor sobre la entrega de un producto o la buena prestación de un servicio. Recibe quejas, tiene que ponerse tenso, tiene que resolver de buena manera los conflictos de la relación comercial. Para eso acude a su ingenio, mas al ingenio y la astucia que le enseñó la experiencia que la teoría que le enseñó la escuela. Bueno, el hombre recuerda que mientras venia del trabajo, en un semáforo, un vendedor callejero, un joven, le ofreció una bolsita con golosinas y de regalo un libro de bolsillo. Pero literal, un libro que cabe en un bolsillo. Al hombre no le gustan mucho las golosinas pero le atrae la idea de un pequeño librito, al menos como algo raro o como un objeto estéticamente agradable, un libro en miniatura, con las letras muy chiquititas. Compra las golosinas y recibe de regalo su libro.
Mas tarde en la oficina, el tipo saca del bolsillo su pequeño tesoro, solo para husmearlo un poco mas, ni siquiera con la pretensión de leerlo, simplemente para hojearlo, mirarlo, darlo vuelta, metérselo al bolsillo de la camisa, volverlo a sacar. De alguna manera el pequeño objeto ejerce una fascinación incomprensible para él. Es una especie de hechizo, el hombre está embrujado, el diminuto librito lo tiene atrapado. Juega un rato mas con él, luego lo guarda de nuevo en el bolsillo de su camisa. Entre tanto, el caótico quehacer de la oficina sigue su rumbo: papeles sobre el escritorio, ruido de teléfonos que tardan en responderse, ruido de maquinas fotocopiadoras e impresoras y mas ruido de teléfonos.
De pronto su paciencia se acaba. Deja que suene el teléfono, ya no quiere responder más. Se levanta con bronca, se dirige hacia el baño. Cierra la puerta y se sienta en el inodoro, saca el pequeño librito, lo abre más o menos por la mitad. Él no es corto de vista y a pesar de las diminutas letras puede ver el titulo sin esfuerzo: “Soledades y distancias”. Lee tres líneas:
Hay Corazones llenos de silencios que cantan sin ser oídos.
Latidos mudos haciendo canciones de amor.
Y en el medio soledades y distancias.
Lo cierra, levanta la cabeza y como queriendo hacer una reflexión se queda unos segundos inmóvil mirando el techo.
Mientras tanto allá afuera (afuera del baño) el mundo sigue caótico, pero el hombre ya está mas tranquilo.
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