sábado, 24 de enero de 2015

La parodia insoportable.

En el gran teatro que es la vida, siempre tenemos varios disfraces para presentarnos ante los demás. Por alguna razón, casi siempre elegimos ese disfraz que se parece mucho a una coraza impenetrable. Quizá por el miedo que el otro nos provoca, quizá porque intuimos que el otro es agresivo y queremos estar lo mas protegido posible. Tal vez porque odiamos desnudarnos y ser nosotros.
Desnudarnos, mostrarnos tal cual somos y quedar expuestos. Creer que se demuestra debilidad al mostrar nuestros sentimientos más nobles. Nos quieren duros. Nos quieren estatuas. Nos venden la seriedad adulta y la madurez cuando queremos seguir jugando.
Disfrazarse de algo distinto a lo que realmente somos es escapar de uno mismo. Fingir para seguir teatralizando la parodia insoportable de la vida. No es un lindo plan a seguir, ni tampoco una deseosa filosofía de vida. Y sin embargo ahí estamos, listos para ponernos nuestra careta más útil y dibujar una sonrisita antinatural en nuestro rostro cansado de falacias.
Nos quieren mecánicos, rutinarios, predecibles, nos quieren automáticos y dóciles, nos quieren pacientes.

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