viernes, 15 de agosto de 2014

Un Bondi lleno de mundos

El está demasiado duro para este mundo blando. Psicología callejera y Topper de lona.
Escuchando a Charly en la parada del bondi. El está demasiado duro para este mundo blando.
Estuvo todo el día esnifando rutinas capitalistas, narcotizado por la vida áspera de chico de barrio. De cultura futbolera, argenta, rockera y ricotera.
Lo ve venir. A ese vehículo largo repleto de almas esclavas, de corazones que ya no laten, de corazones endurecidos. Pero a él poco le importa el mundo y sus seres siniestros. Él, como dice la canción: “ya estaba duro mucho antes”.
Hace parar al colectivo y cuando sube le clava al morrudito chofer sus ojos redondos y paranoicos y le dice: ”uno hasta Neuquén, por favor” entregándole un billete con la imagen del creador de la bandera argentina. El chofer recibe los 10 pesos y le da de cambio lo que valen un puñado de caramelos.
Camina por el pasillo del colectivo esquivando viejas con cara de “no soy feliz, pero tengo celular”. El pibe tiene la mirada fija en la parte del fondo donde puede divisar un asiento que alguien despreció por estar ubicada al lado de otra que esta ocupada por un pasajero de origen jujeño, salteño o tal vez boliviano. Y esta pasado de copas, o mejor dicho, de varias cajas de tinto barato.
Se sienta al lado del ebrio personaje y comienzan a intercambiar saludos.

–HolaS, esta bonito el viaje no?-

-Hola…no sé, yo recién subo, igual seguro vos hablas de otro viaje, del que tenes ahora en el bocho.-

El hombre lo mira con cara de no entender absolutamente nada e inmediatamente se levanta y toca el timbre para que el colectivo lo deje en uno de los últimos barrios de la narcotizada y aburrida ciudad de Plottier.
El efecto de la cocaína en los nervios del pibe lo hace mirar hacia todos lados. Mira cuidadosamente todo. Intenta la charla con la señora de al lado, fracasa. Hay algo en él o en su mirada de ojos demasiado redondos que hace fracasar cualquier interacción con alguien. Busca que una chica de enrulados pelos le devuelva la sonrisa. Sonrisa siniestra, de dientes endemoniados, sonrisa que la hermosa doncella no le devuelve.
Acto seguido saca su celular y le conecta los auriculares. A los segundos comienza a escuchar una canción y comienza también a cantarla, a interpretarla. Muy fuerte y desafinado, muy horrendamente dramático, moviendo los brazos, imitando con las manos y los dedos la ejecución de un solo de guitarra.
La pequeña gran multitud que habita el bondi lo mira de una manera cómica, como si nunca hubieran visto un tipo en estado de paroxismo provocado por la melodía de una canción, como si nunca hubieran visto un tipo drogado, como si nunca hubieran visto.
El pibe se da cuenta que lo miran, el pibe se da cuenta de todo, cuando el puñado de pasajeros viene el pibe fue y vino como cinco veces. De pronto detiene sus alocados gestos y deja de cantar desaforadamente. De pronto un silencio sepulcral, como si algo muy malo hubiera sucedido. Pero no. El pibe ríe a carcajadas, la multitud se enoja y se oyen entre murmullos algunos comentarios al respecto: “¡¡este tipo esta completamente loco!! ¡¡Está de la cabeza! ¡¡Es un pelotudo!! ¡¡Pobre pibe!!”
Se baja del colectivo y lo primero que hace, en contra de la inercia por seguir latiendo, en contra de la inercia vital, del pulso y la respiración que mantienen vivo a ese mono complejo de ideas básicas, es introducirse un manojo de pastillas letales. Para bajar, para subir, él ya no sabe para qué.
Un pasajero se baja, sube otro. Como si de llenar espacios se tratara. La chica paga su boleto. Local, 4 pesos. Es una veintiañera con una remera de The Beatles, la frase All you need is love estampada en ella, a la altura de las tetas, los 4 ingleses y sus caras bobas mas abajo.
Tiene los pelos teñidos. No de un solo color sino de varios. Rojo, rubio, algunas mechas lilas, muy psicodélico en su conjunto.
Ella se mueve como bailando, seguramente impulsada por la música que se mete por sus tímpanos a través de esos auriculares que son muchos mas grandes que una oreja promedio.
Ella camina hacia el fondo, para ocupar el espacio dejado por el drogado anterior. Se sienta y observa el panorama, se inclina hacia atrás y cierra sus amarronados ojitos chinos. Bosteza, hace como que se duerme, permanece tranquila, con el cuerpo débil y las piernas estiradas.
Tiene una hermosura extraña, tiene una paz infinita, le aparecen sonrisas en la cara en intervalos regulares de tiempo.
En la parte de adelante hay dos señoras cincuentonas y hablan con el volumen alto de su voz sobre la inutilidad de hacer algo con la juventud. “no valoran nada… se perdió el respeto… no tienen responsabilidad alguna…” son algunas de las sentencias de las viejas.
El largo vehículo hace una parada para levantar pasajeros. Apenas se abre la puerta delantera, luego del conocido chillido de las gomas gastadas y los mecanismos viejos y secos, se oye algo así como un tamborcito o algún otro instrumento de percusión. Suben tres pibes. Uno pelado y los otros dos con largas rastas y ojos al rojo vivo.
La musiquita que sale de sus tambores, o no sé que carajo, llena el ambiente de un alegre candombe, murga o no sé que carajo. La cuestión es que el ruido se torna irritante. Pero de pronto dejan de tocar y el pibe calvo que porta una guitarra criolla, lucido y de voz ronca toma la palabra:
-Bueno gente, esperamos no arruinarles el viaje, por el contrario, queremos tocarle REGALARLES, eh….bueno esto que nosotros hacemos….eh, nuestra música. Eh bueno nada….somos un grupo de jóvenes que integramos una formación que hace música de origen africana con algunas combinaciones reggae…les vamos a tocar algunas cositas y después si ustedes pueden y si desean pueden cooperar con alguna moneda para nuestra subsistencia….bueno…ahí vamos eh.
La música, que pretende ser armónica, por momentos se vuelve una combinación caótica de percusiones y coros desafinados de voces roncas. La cuestión es que todo termina luego de algunos interminables minutos. Los aplausos aparecen luego de un efímero silencio incomodo.
Uno de los rastas saca un sombrero, que no llevaba puesto sino escondido bajo una campera. Comienza a circular por el pasillo del colectivo mientras el pelado orador da las gracias y repite unas cuantas palabras alabando a un público falsamente entusiasta.
El tipo con el sombrero recorre cada fila de asientos, lo hace de manera muy meticulosa, tomándose unos segundos con cada pasajero para convencerlos de que pongan una moneda.
Si el pasajero es indiferente, sobre todo si no deja el preciado dinero, el pseudo-rastaman pierde la paz y le clava los ojos rojos, furiosos, tan agresivamente que literalmente lo caga a trompadas con la mirada.
Finalmente el grupito de “músicos” callejeros da un saludo final y se retira bajando de la misma manera en que subieron: ruidosos, alegres y ridículos.
Luego del momento musical el colectivo avanza unos 500 metros y se detiene en una parada que esta frente a una escuela. Escuela secundaria, con orientación agropecuaria. Estudiantes juguetones, ruidosos, irritantes, con sus voces chillonas, dando manotazos. Llenos de vitalidad y con sus poros brotando hormonas.
Y entre tanto quilombito móvil y bamboleante, no se puede explicar cómo es que esa chica, que está sentada a mitad del bondi, del lado del pasillo, puede leer ese libro. Bestiario, de Cortazar, el cuento: “Omnibus”. Ella esta como abstraída de todo, en algún lugar distinto, atrapada en el relato. Sus ojitos tan chiquitos detrás de esos anteojos gruesos recorren las líneas del texto de manera frenética, concentradísima.


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