Cuando la mariposa despertó, luego de mil años de siesta, justo antes del amanecer recordó lo que había soñado:
Un reloj de pulsera se hamacaba en la eternidad, dos señores de corbata prometían el fin del mundo y un lugar bien acomodado en el paraíso para los buenos.
Había noches claras que hacían latir aceleradamente el tiempo y las calles caminaban caóticamente hacia todas direcciones.
Del cielo sudaban gotas gigantes y transpiraba cansado el sol, había espectáculos de huesos que ardían y esqueletos con alas, almas sin luz vagabundeaban en lo que quedaba del mundo.
De pronto lluvia de canciones oscuras alternadas con silenciosos ecos de susurros de insecto.
Hombres arboles de mecánico metabolismo se comían vorazmente el pasto violeta y nacían de sus raíces pequeños animalitos de formas irregulares.
Una década entera soñó que era por siempre una oruga y que al comerse la galaxia vomitó estrellas y lunas durante 50 mil años.
Pasó un siglo entero con miedos de mosca con mil ojos paranoicos temiendo el manotazo de algún hombre en algún mundo.
Felizmente recordó aquel pedazo de sueño en el cual por unos segundos el universo todo era flor y las tormentas eran de néctar, el sol una enorme margarita y la luna una gigantesca amapola.
Luego de recordar analizó su situación, reflexionó sobre su condición de insecto alado existencial y luego de unos segundos la decisión estaba tomada. No vendría mal una nueva siestita de otros mil años.
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