martes, 12 de enero de 2016

Religión.

Aferrarse a una ilusión
Clavarle las uñas a un sueño
No dejar escapar la fe
Creer que hay un destino para mí
Creer que hay un camino por el que debo caminar
Una religión que tiene a las palabras como pequeños dioses y grandes demonios al mismo tiempo
El ritual del verbo, la ceremonia del poema
Sumergirme en la creencia
Bañarme en la metafísica del texto
Salir extasiado como cuando Moisés bajó del Sinaí.

domingo, 3 de enero de 2016

Llenar de palabras una hoja.

Hasta ahora solo puedo escribir pequeñas cosas, nada más. Pero creo que puedo leer de todo. Borges dice que el acto de leer es más intelectual que el acto de escribir. No sé si sea eso realmente cierto pero me encantaría que lo sea. Porque solo he escrito pequeñas cosas pero he leído grandes libros. Y uno quiere, aunque a veces lo niegue con la excusa de decir que solo lee por placer, sentirse inteligente.
Escribir, a veces, o casi siempre en mi caso, puede resultar frustrante. Esa frustración tiene razones múltiples. La falta de talento quizá sea la causa principal, o la pretensión de querer decirlo todo y al final no decir nada, no encontrar la forma y que por lo tanto el resultado de lo dicho sea un texto horriblemente amorfo. Y miles de “detallitos” que ahora escribiendo se me escapan.
¿Pero, por qué escribo? ¿Qué razón tengo para llenar de palabras una hoja?
La pregunta es difícil porque ni siquiera sé si hay un por qué. De todas maneras he intentado responderla varias veces, he pensado en eso, y he dado con algunas respuestas que no son definitivas. Escribo porque trato de entenderme. Escribo porque trato de leerme. Porque aún no sé quién soy y quiero conocerme. En ese sentido la escritura se entendería como un instrumento, como un medio para un fin introspectivo. Un acto íntimo con la pretensión de escudriñar mi escurridizo y enigmático interior. Un ejercicio intelectual y artístico, egoísta y personal.