Las calles negras de la noche blanca
espantan las figuras de terciopelo y la mujer del pelo de seda tiene los ojos
color misterio. Caen del cielo gatos dorados que llevan el instinto del hombre
en sus aullidos de furia, vuelan las aves por el espacio que queda entre un
rosal y un puñado de piedras. Brotan los arboles de humo, brotan y relucen sus
flores, intoxican el aire con su espeso aroma, guían con su humo la
desorientación de un hombre perdido en su introspección.
Yo estoy
estancado en el barro de los oscuros miedos, estoy hablándole por siempre a la
eternidad y no tiene apuro en contestarme. El hombre y su vacio no me llenaron nunca,
soy la sustancia que se escapa por los lugares mas comunes, miento cuando vuelan
por lo bajo las verdades y me sumerjo en las ultimas horas de aquella noche
irreal, de aquella fiebre nocturna, de las lechuzas de miradas fijas en mis ojos
y de las blancas aves que espantan la tranquilidad. Deambulo en la apatía y me
caen simpáticos tus enojos. Tristezas raras de una vida llena de magia, mundos
que se esconden cuando quieres encontrarlos, puertas que se cierran cuando
quieres entrar. Me margina el reloj y no piensa nunca en mí, depreda mis sonrisas,
las hace humo y se fuma mis ilusiones, mastica mi vida, se queda con esa parte
del corazón donde se fabrica la esperanza. Y en la soledad que es común en mis tristezas
yo me pregunto: ¿Habrá un lugar acaso donde los relojes giren hacia atrás? ¿Existirá ese cielo donde las palabras
realmente inventen cosas?
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