Siempre la decisión valiente de habitar la fragilidad antes que la cobardía de hacerse el duro.
Pero también, no te voy a mentir, las ganas de habitar más seguido la felicidad idiota, la felicidad por la felicidad misma, la efímera, la que está hecha de clichés y cursilerías.
Además, una envidia de las cosas simples, de no complicarse con nada, de que todo salga fácil, de que la complejidad sea un misterio para mí.
Pero soy la duda y la complicación, todo redunda en intensidad y drama, un enredo mental-emocional, una montaña rusa sinuosa y tortuosa. Siempre intentando la calma y consiguiendo nada más que llanto.
Igual mi teoría de que la blandura es de los fuertes es más un consuelo que una realidad practicable, porque tarde o temprano hay que hacerse fuerte, hay que volverse duro, porque el mundo te mastica, te mata y digiere y al primero que digiere es justamente al blando.
Y siempre la implicancia del vacío en el hastiado corazón, el miedo agazapado esperando para morder justo en la angustia del ser.
Mis textos carecen de orden porque yo no tengo un orden, las palabras se me escapan, vuelan, aparecen y se posan en los alambres de la página como en el poema de Cortázar.