miércoles, 23 de marzo de 2016

Súplica.

Por favor no dejes que me atrapen los fantasmas de la trivialidad.
Por favor no dejes que me oculte en el silencio.
Hazme cantar la canción que está latiendo desde que nací.

Por favor no dejes que me aplaste la cotidianidad.
Por favor no dejes que me apague así nomas.
Prende mi luz, haz que mi energía no se disipe.
Dame la electricidad que necesitan mis sentimientos.

Por favor no dejes que la vida se convierta en aire irrespirable.
Llévame a la atmósfera de tus cielos, dame el oxígeno de tus ojos.
Por favor dame tus alas, tus blancas plumas livianas.

viernes, 18 de marzo de 2016

Perder el tiempo, aniquilar minutos, destruir relojes.


El tipo que inventó el reloj inventó también la paranoia, le puso minutos y segundos a nuestro estar en la vida y en el mundo, nos condenó a una vida de rutinas y activó en nosotros un mecanismo represor que nos contiene y nos limita. El hombre se volvió calculador, le otorgó valor a las horas y sentenció que el tiempo es oro. El tiempo, lejos de ser una ilusión, se volvió una realidad inquietante.
Ese tiempo que es oro nos corrompió el alma. Los minutos se volvieron tan valiosos que ahora el que los pierde es casi un delincuente. Por eso nada más transgresor que perderlo. Perder el tiempo es cometer un delito, es reírle a la cara al sistema y burlarse de la burocracia del reloj.
Pero ese aparato del demonio que sincroniza todas las acciones humanas y organiza las tareas a intervalos regulares puede ser destruido fácilmente. Algunas formas de destrucción del tiempo son: dormir cuando ya todos están despiertos, levantarse después del mediodía, tirarse en el sillón y poner la música que te gusta, anular el tic tac del reloj a guitarrazos, pasar horas leyendo pero sin contar esas horas, que la ficción de un cuento detenga el mundo y lo desaparezca para imponer el suyo.
También están los que dedican horas a tratar de entender el mundo. Tiempo perdido, pues casi nunca se entiende un carajo de nada. Pero es un hermoso tiempo perdido. Después están los que pierden el tiempo intentando conocerse, otra forma hermosa de aniquilar minutos. Yo, por ejemplo, puedo pasarme horas indagándome, hablando conmigo sobre por qué me llegan tan adentro los poemas de Pizarnik o hacerme  preguntas del tipo: ¿por qué soy tan inestable? ¿Por qué un día quiero comerme el mundo y al otro siento que todo está podridamente perdido?
En fin, recomiendo perder el tiempo. Aunque piensen (yo también lo pienso) que quizá ésto sólo sea una defensa de la pereza y el ocio. No me culpen, no me juzguen, por creer que es más agradable ser un vago tumbado en un sillón, delirando mundos mejores, que depender de una persona 8 horas, regalándole el 80% de tu día y que la recompensa sea algo tan abstracto como el dinero, que solo sirve para comer y comprar cosas materiales que se obsoletizan al mes siguiente.

jueves, 10 de marzo de 2016

Lo interesante es la enfermedad.

Respiro música para oxigenarme el alma.
Busco, en el ritmo y la melodía de un poema, una manera de poner a bailar mi corazón.
Encuentro en la poesía la danza hipnotizante de lo indecible.
La imagen de lo que no se ve, aquellos paisajes que quieren llenarse de sol.

No puedo eludir la música del silencio, su impacto musical me atraviesa la existencia.
La poesía es un flechazo que se incrusta en el alma de ciertos hombres.
Es una herida metafísica, un dolor dulce, un destino melancólico.
Mi cuerpo la recibe con cierto agrado y con cierta carga, una pesada responsabilidad.

No importa lo que hay detrás de la imagen, solo necesito ritmo y melodía.
No importa cuánto duele ni cuanto alivia, lo interesante es la enfermedad.
Mi única certeza, lo único que sé:
Encuentro en la poesía lo que nunca estoy buscando.
Y nunca puedo ponerle un sol a mis paisajes oscuros.